Autor/a: Andres Varela Miranda

La chica va hacia el chico y le tira del cuello de la camisa suavemente. Luego se aparta un poco y hace una mueca como de persona corta de entendederas. El chico se ríey mira alrededor hasta que aleja su índice lo máximo posible y dice:

-¡Ése!

-¡Muy bien, acertaste!

Un poco más tarde, en otra sala, el chaval llama la atención de ella cruzando las manos sobre el pecho y mirando hacia arriba con dramatismo, como si dios estuviese lanzando los dados en ese mismo momento y no se pudiese perder el lance. Ella fija sus ojos en un cuadro de marco dorado con helechos en las esquinas, duda un momento y a continuación señala una virgen rodeada de rollizos angelitos presente en unlienzo contiguo.

Y así van cayendo Saturno devorando a un hijo de Goya (entiéndase que pintado por Goya), Las Tres Gracias, El Triunfo de Baco, Las Meninas e, incluso, el Agnus Dei de Zurbarán. Los visitantes que les observan hacer el gilipollas, o bien se ríen, o bien piensan que un templo de la cultura pictórica no es lugar de hacer tales juegos, por favor.

Pero ellos están a lo suyo. Acelerando descaradamente ante los bodegones, como si azuzados por una fusta invisible. Recreándose ante los trabajos morbosos con sangre, señalando pitos o esos trapos ridícula y estratégicamente emplazados para cubrir las vergüenzas de las que provenimos, fingiendo que entienden una pizquita de arte interpretando obras maestras y chupando guías.

Lo de chupar guías no está estipulado como delito, creo. En lo que consiste es, en un museo o similar, acercarse a un guía de esos que explican a grupos a cambio de pelillas y chupar la información disfrutando tanto de la gratuidad como del placer que produce aprender cosas que molan mucho, como los arrepentimientos. Esto de los arrepentimientos no tiene mucho secreto, pues básicamente son cagadas que los artistas han cubierto por encima. Por ejemplo, imagínate que debajo de la capa de óleo más superficial de  Las Meninas hubiese otra capa anterior de óleo representando a un hombre hablando por el móvil o a Antonio Vega tocando la guitarra con los ojos cerrados. Bueno, esos no son buenos ejemplos, como ha podido, el lector avispado, advertir. Pero me guardo la idea para una hipotética novela psicotrópica de misterio que empezaré en breves con prólogo de Henry Miller. No sé por qué pero me parece que he perdido la noción del tiempo por algún lado…

A veces da un poco el cante esto del chupaguías, especialmente si el chupaguías y el resto del grupo no comparten ni idioma, ni rasgos, ni color de piel, ni siquiera insultos a través de los cuales podrían establecer cierto tipo de comunicación básica pero eficaz tipo largo de aquí sinvergüenza o paga un guía, adorador aventajado de la virgen del puño.

Se ha visto, además, algunos chupaguíasque estrechan los ojillos, como si reduciendo la energía empleada en la vista pudiese potenciar la retención de los nuevos conocimientos en sus cabecitas. A veces, una vez acabada la visita, se pasan la manga por la boca diciendo oh sí, qué bueno, me quedé con más ganas. Y es que lo gratis vende, no nos engañemos con las palabras.

Otro rasgo distintivo de esta chusmilla, a la que tenía honor de pertenecer en años mozos, de la misma manera en que otros se vanaglorian de ser parte de la Mensa, es que tratamos de sincronizar con el grupo-diana la apreciación de una obra, creando una simbiosis perfecta de la que todo el mundo sale ganando excepto el guía, el museo, la sociedad actual en general y el grupo en cuestión. Pero es que siempre me ha molestado un poco eso de crear castas en los territorios más insospechados, como los cines, la clase prioritaria en los vuelos de avión de bajo coste o las zonas VIP de los locales. Manda carallo. O como he comprobado que algunos niños dicen por aquí: BCB. Bécébé. Bueno carallo bueno. Es como si se quisiese popularizar lo bien que se está sintiéndose más importante. Si pagas un poquito más te metemos en la primera fila del avión, para que, en caso de accidente, sea más probable que te vayas al cielito lindo un poco antes que el resto de los pasajeros. Si pagas un poco más te ponemos cuero del bueno en los sillones del cine. Si pagas un poquito más y me propinas bien (dinero, no patadas), te atiendo mejor y te pongo un pincho de tortilla hecha hoy, que no la semana pasada.

Total, que estos dos salen afuera y empiezan a caminar. De repente, la chica se gira hacia él y le pregunta justo antes de poner sonrisa canina:

-¿Tú has visto algún San Jerónimo en el museo?

-¡Qué va! No sé si había uno sobre el orinal cuando fui al servicio. En caso de duda, San Jerónimo. Había uno tan bueno que hasta las arrugas del sobaco eran perfectas. Sería una estrella del rocanrol de la época, porque no me lo explico.

-Lo estaba explicando aquella guía bajita de falda, tío.

-Qué pena. Estaba en mis cosas, o mejor dicho, bajo mis cosas. Es que tras ver lo de Goya me estaba imaginando…

-¿Qué?

-Pues no sé. Algo así como lo frágiles que somos. Por un momento me imaginé un diablo cabrón en el cine bebiendo refresco a través de una pajita de colores.

-Bueno, no es para tanto. Raro, pero…

-Ya…si no fuese porque el contenedor del dicho refresco era mi cabeza y la pajita estaba insertada en mi oído. Mis sesos subían por la pajita hacia su boca pestilente gritando yupiiiiii, quizás contentos de cambiar de dirección postal para una acabada en 6 (La frente del fulano tenía tatuados tres seises). Y hacia el final de la peli el tipo astado acabó el líquido y tiró mi cabeza en una papelera. Pero esto yo ya no lo sentía, el roce de los envoltorios de chocolatinas en la cara y las palomitas sin explotar metiéndose en las narinas, pues ya era parte del diablo. Había formado parte del cabrón de cabrones. Aquello que formaba mi mollera ya había sido asimilado en un nuevo cuerpo. Porque, no te mientas, este planeta es una enorme planta de reciclaje. Yo no soy estrictamente un dinosaurio pero él me hizo posible, y a él las estrellas antes. Y todo es uno, y uno es todo. Y uno más uno es dos al principio pero vuelve a ser otra vez uno. No sé si me explico. Y mañana seré parte de las flores y la tierra y la lluvia y quizás una gota de semen de ratón. O el bigote de un escritor, para así leer sus textos antes que nadie a parte de disfrutar del calor de la sopa al pasar por allí camino al estómago que procesará los alimentos que ayudarán al escritor a mover la pluma o teclear sobre el ordenador toda la noche. Y un día por la mañana se levantará silbando, contento de haber terminado, y yo sin ser yo sino bigote, sabré que no habría sido posible sin mí a pesar de no ser capaz de elaborar tal pensamiento.

Ella le mira entre preocupada y miedosa. Pero él le posa una mano en el hombro y dice:

-Lo que quiero decir es que en toda vida hay momentos en que el hilo de la cordura se tensa de tal manera que parece inminente entrar en los reinos espantosos de la locura. Como la cuerda de una guitarra, que suelta no suena y a medida que la tensas va sonando mejor. Pero un poquito más de la cuenta y salta por los aires mandándolo todo a la mierda. Ahí está alguna gente de vez en cuando, en el filo de la navaja, peleando con sus demonios al borde de un precipicio por estar más acá que allá. Pero una vez que se está allá ya no se está completamente acá.

-A mí hace tiempo que se me rompió el hilo ese. Pero no te comas la cabeza, chaval. Que mientras te la comes los demás te ayudarán a hacerlo con el salero en la mano. ¿Sabes lo que se me ocurrió antes?

-¿Qué?

-Robar el museo.

-¿Cómo?

-Muy fácil. Entras con una gorra y una caja de herramientas. Si te lo quieres currar mucho te haces un carné falso. Puedes poner jefe de restauración pictórica o algún título rimbombante, como algunas asignaturas y másteres de la universidad. Pues eso, te acercas silbando (silbar en este caso es muy importante, porque denota naturalidad) y coges el cuadro y te largas por la puerta. Una vez en Tallin un amigo mío hizo esto en una cafetería. Se metió dentro mientras esperábamos fuera, cogió una botella de refresco de la nevera y salió de nuevo. Ni le tembló el pulso ni se dio cuenta nadie. Así funciona la vida a veces: poco ruido y muchas nueces.

-Vaya, vaya. Qué morro le echa alguna gente. Pero no compares una botella de zumo de naranja con un Velázquez. No son lo mismo, ni lo tienen que ser. Volviendo al museo, ¿no te has dado cuenta de algo?

La chica cavila unos segundos suicidas que caen desde sus hombros al suelo que ella enfoca, luego abre todos  los orificios de la cara y exclama:

-¡Nos saltamos un bodegón! ¡Oh, no! ¡Volvamos raudos!

Acto seguido estallan sonoramente en medio de la acera y bajo los árboles. Él le da una patada a una cajetilla de tabaco que adivina vacía (Prácticamente todas las cajetillas de tabaco que encuentres en el suelo carecerán de contenido) y contesta:

-No, pero está relacionado, no te creas. Precisamente los bodegones no representan humanos y nos los hemos pasado por el arco del triunfo. Si lo miras bien, este museo, como la mayoría de ellos, ensalza las cualidades y vicisitudes humanas. No sé qué porcentaje de las obras ahí adentro tienen pintados humanos o trabajos humanos, ya sabes, molinos, puentes, ciudades, forjas, alamedas, caminos, etcétera, pero el porcentaje es altísimo. Y claro, vemos un cuadro sin la presencia de co-especímenes nuestros y hasta casi nos disgusta o lo vemos insulso. Es una prueba inequívoca de antropocentrismo.

La chica hace como que se mete un dedo en la nariz, saca una bolita redondita imaginaria y se la pega al otro en la frente mientras dice:

-Muy interezante, zeñor. ¿Uztedze cree que alguien eztainterezado en bajar del pedeztal a lozhumanoz? ¡Y no olvide que uztedez uno! Yo zoy feliz ziéndolo, me guzta. Mucho. Imagíneze que mañana dezcubrimos una zivilizazióneztelarmucho máz inteligente y preparada, ¿cómo zezentiríauzted?

-No lo sé, evidentemente. Supongo que aceptaría el hecho y les enviaría un mail con mi CV para ver si me consiguen un currillo con ellos que la cosa está muy fea. Aunque a lo mejor no saben lo que es un CV y tienen todos los datos laborales en un chip microscópico detrás del pezón (si es que han desarrollado tal cosa) y no pueden mentir nunca porque si lo hacen el pezón lanza destellos violetas. Les diría que soy un escritor de pro y que puedo escribir rápido o lento…

-¿Cómo, cómo? ¿Te refieres a que puedes escribir muy rápido con un bolígrafo o un teclado?

-No. Me refiero a que puedo dotar a los textos de velocidad. Es el poder de las palabras, pueden transmitir sensaciones, mira los poemas.

-Los poemas no son lo mío pero ponme ahí unos ejemplos, porfi.

-Vale, allá va. Pero recuerda que esto es en frío…El río discurre plácidamente por el lecho que ha labrado lentamente a través de millones de años. Un poquito cada día, grano de arena a grano de arena. El susurro de las hojas mecidas por el viento llega a los oídos de una pareja que duerme la siesta bajo los sauces. Un pájaro canturrea mirando hacia las nubes que surcan el cielo a la velocidad de…

-Vale, el rápido, hazme el favor.

-¡Rayos y centellas! El agua salpica en todas las direcciones imaginables y los coches golpean el asfalto en una vorágine de ruido de cláxones y humo. Las luces cambian frenéticamente de color y los conductores escupen por las ventanillas por las que se cuela el viento veloz que parece tener prisa por visitar nuevos espacios. Un pájaro cruza el cielo hacia el centro de la calzada y un camión que va a toda hostia le golpea un ala mandándolo despedido al centro de la rotonda… ¿Sí o qué?

-¿Sí qué? Bueno, pillo la idea pero no sé si tú lo haces mal o yo lo entiendo mal. En realidad son palabras, tan imperfectas como nosotros mismos. ¿No te hace algo de gracia cuando un par de personas se enzarzan en debates absurdos tratando de imponer la definición de una palabra? Pasa con esto del feminismo, que si es esto o lo otro. O que si ser anarquista implica tal o cual. Y vete tú a saber, que al final hasta pueden tener una visión idéntica de la realidad. Por eso cuando veo un diccionario, a veces, le imagino mentalmente un monóculo y una pipa y me entran escalofríos.

La noche cae lamiendo los edificios, como si probasen si serán capaces de resistirla una vez más. Las luces se enciendencomo hongos aparecen en los campos y empieza la batalla hasta el amanecer. Unos mendigos sacuden unas mantas y luego se juntan a beber a diez minutos de hoteles de cinco estrellas.

Los escritores desencapuchan sus bolígrafos baratos o plumas de cientos de euros e idean argumentos, personajes y demás historias. Unos recurren a mundos fantásticos espoleados por sus series favoritas y lecturas varias. Otros se refugian en los clásicos y pretenden desnudar una esquiva naturaleza humana que es tan puta que no más de una instante pasa con la misma persona la noche menos esperada. Con suerte. Hay quien escribe poemas sobre placeres que anestesian temporalmente el sufrimiento y luego te dejan hecho una mierda. Unos juegan a romper las reglas que otros defienden a capuchón y espada sin querer aceptar que la existencia de ambos bandos es necesaria. Porque algunos días yo defenderé la convención para que tú la puedas romper y, otros días, quizás los lunes y miércoles (como quien va al gimnasio tiene un horario), romperé todas las reglas que se me ocurran y escribiré en diagonal que estoy contra todo.

Como buitres sobre la carroña en medio de un desierto, los escritores se ciernen dando vueltas y decidiendo qué se van a llevar a la boca. Pero es lo que hay, esa carroña inmóvil que son las preocupaciones humanas. Casi puedo ver el cartelito sobre la carroña, como en las carnicerías anuncian el tipo de fiambre. Nada más, nada menos. Un poco de riñón, un poco de costillar, hasta ahí puedes decidir. Un poco de soledad, de absurdidad, un poco de alegría y placer, de sentirte un fenómeno, un poco de sufrimiento, y ya está.

Como buitres, los escritores pueden decidir picotear superficialmente o enterrar el pico hasta el fondo hasta que se les nuble, de rojo, la vista. Y yo quisiera ser de los segundos, ¿quién quisieras ser tú?

Andrés Varela Miranda