Autor/a: Andrés Varela Miranda

Me he desvelado. Me calzo las zapatillas y me asomo a la ventana, que siempre dejo entreabierta sea verano o invierno, como si necesitase conexión permanente con el exterior en un intento vano de olvidarme de mí mismo. Poso los brazos en el alféizar sabiendo que me va a dejar unas marcas profundas en los antebrazos. Miro hacia arriba y veo la Luna redondita y blanca. Qué preciosidad, y además, y gratis, te recuerda lo frágil que eres. Me quedo embobado mirándola y luego salta mi mirada de una a otra estrella hasta que localizo una luz roja y me irrita. Un avión. Segundos después alguien mete un gol o una canasta y el vecino se desgañita celebrándolo. Maldita tecnología, pienso retirándome de la ventana. Enciendo la luz y llamo a un amigo para combatir el sentimiento de soledad. Son las dos de la mañana, así que sé a quién llamar. Hablamos un rato y después de colgar me caliento una infusión en el microondas. Vuelvo a la ventana y me enciendo un cigarro cuya ceniza se precipita por el borde hacia la colada del vecino. Venganza. Mientras tanto, me doy cuenta, pienso que soy un hipócrita.

 

A.V.M.